Crónica de mi exilio

Diciembre 1975 -Crónica. No es un cuento, es mi recuerdo de lo que pasó hace años. Vuelvo a compartirlo.

-Tengo que hablar con vos -Me dijo mi mamá en la mañana de navidad. Su voz sonaba rara. Su expresión era todavía más rara.

Yo estaba feliz porque me habían regalado el pantalón y la camisa de marca. Y eso que mi mamá no quería saber nada con comprármelos -¡No pienso pagar tres veces más por un jean igual a todos!, ¡y encima hacerles publicidad!

Mamá suspiró. Parecía costarle lo que tenía que decir. -Papá...-Hizo una pausa, respiró hondo y lanzó -Papá se tiene que ir del país.

-¿Qué?¿Cuándo? ¡Noo! ¿Por qué?

Mamá solo movió la cabeza -Se tiene que ir.- Repitió.

-¿Y cuándo?

-El avión sale esta noche.

- ¡¿Cómo?!- Grité y me indicó que bajara la voz con un gesto.

-¿No se queda para año nuevo?

-No..., no puede.

Contuve las lágrimas, pero se me amontonaron todas juntas en la garganta y me empezó a doler.

-¿Y nosotras? ¿Qué vamos a hacer?

-Primero va a ir papá, para conseguir una casa y trabajo. Y apenas..., cuando todo esté bien...,vamos nosotras.

-¿Y cuando va a estar todo bien?

-Pronto.

-¿Y adónde va?

-A Cali. Papá tiene unos amigos allá que nos van a dar una mano.

Se me atropellaban las preguntas ¿se va para siempre? ¿nos vamos a vivir allá? ¿y el colegio? ¿mis amigas? Pero no hice ninguna. Me pareció que mi mamá no tenia las respuestas 



II

-¿Como te llamás? -Me pregunta mi mamá en cualquier momento del día.

-Adriana Davis

-Muy bien ¿Y yo?

-Marta.

-¿Marta qué?

-Marta Ballesteros de Davis.

Esos son los nombres que figuran en nuestros pasaportes. Son nuestros nombres, pero el apellido no es el de papá (Fléiderman) sino el de la abuela Beca (la mamá de papá)

-No podés contarle a nadie, pero a nadie sobre los nombres.

Sonaba dura, pero se le colaba el miedo en la voz. Me hizo acordar a aquella vez en la que me solté de la mano y corrí hacia la calle. Mamá me retó. Sonaba igual de firme y de asustada.

La abuela no vino a Ezeiza así que nos despedimos en casa. Todas tratábamos no llorar y esa madrugada fría subimos al auto que nos llevó al aeropuerto.

Los asientos del avión eran de a tres. Nos tocaban el del medio y el del pasillo, pero igual me acomodé en el asiento de ventanilla. Mi mamá se quedó en suyo, porque era más cómodo para ir al baño.

A lo mejor teníamos suerte y no subía nadie hasta la próxima escala, pero al ratito llegó una chica con un bolso. Rubia de pelo largo, de unos 25 años. Tenía un pulover azul y unos jeans que no eran de marca. Me corrí para dejarle su lugar.

-No. Dejá. Quedate en la ventanilla, ¿quiere este?- le preguntó a mi mamá.

-No, gracias. Así estamos bien.

-Podemos cambiar más tarde, cualquier cosa.

¡Me cayó bien! Tomó un libro de su bolso y se puso a leer. Yo también había llevado una novela así que la busqué y la abrí dónde la había dejado. Cuando lo hice, me miró.

-¿Te gusta leer? Asentí. Le mostré el libro.

-¡Huckeberryfin! Si. ¡Me encantaba cuando tenía tu edad!

¿Mi edad? ¿Que edad creerá que tengo? - Voy a cumplir 12- le aclaré -¿Y vos?

-Tengo 26 -Dijo y me mostró el libro que leía "El cazador oculto" de Salinger.

-Te lo recomiendo.Te va a gustar. Anoté mentalmente el título.

-¿Cómo te llamás?


-Silvia ¿y vos?

-Adriana Davis -dije así todo junto, como cuando preguntaba mi mamá, medio autómata me salió. Sonrió -¡Adriana! Que lindo nombre. Yo soy Silvia Bequet. Vas al colegio, ¿no?

No estábamos de vacaciones. ¿Y si preguntaba? Tuve el impulso de inventar alguna explicación, pero por suerte mamá intervino en la conversación.

-Nos vamos unos días a Colombia, aprovechando el receso escolar ¿Y vos?

-También. Digo, también voy a Colombia. Pero no por unos días. Me voy a quedar un poco más. Voy a hacer un curso.

-¿Ah si? ¿Qué estudiás?

-Sociología.

-Linda carrera. -dijo mi mamá -Yo seguí derecho, pero no la terminé.

Seguimos hablando de esto y de lo otro. Mi mamá miró el reloj, hacía como tres cuartos de hora que debíamos haber despegado. -Como tarda...- dijo y se quedó callada con cara seria.

Silvia también se quedó callada.

-Te parecés a mi prima Clarisa- le dije.

-¡Si! es verdad! Mi sobrina debe tener tu edad. Son parecidas, ella terminó la carrera de derecho y va ser escribana. A Silvia le gustó la comparación porque sonrió.

El avión seguía sin moverse y la gente empezaba a mirar para los costados y a murmurar. En ese momento una azafata salió de la cabina y cruzó el pasillo.

-Disculpe señorita ¿pasa algo?- le preguntó una señora de rodete.-Todo está en orden. Estamos esperando la orden de despegue. Pasó un rato más. Ya llevábamos una hora de retraso. En eso se abrió la puerta y subieron dos hombres de traje gris oscuro. Llevaban anteojos negros y no se los quitaron al entrar.

-¡Deben ser pasajeros que llegaron tarde!- Supuso la señora de rodete -Ahora seguro despegamos.

Mama se puso pálida.

Noté que Silvia comenzó a temblar. Los hombres no se acomodaron en ningún lugar sino que comenzaron a pasar por los asientos. Pedían los documentos. Se hizo un silencio tan pesado que se podía escuchar la respiración de todos. Por fin se nos acercaron.-Documentos.

Mamá le dio el de ella y el mío. Noté que a Silvia le temblaba un poco la mano cuando extendió los suyos. Los hombres miraron los papeles, luego a nosotras y otra vez los papeles.-¿Viajan juntas? -Preguntó el de la derecha. Silvia se puso rígida. Tan inmóvil que no parecía respirar. Antes de que nadie pudiese responder mi mamá dijo enérgica-Si. Las tres. Vamos a Colombia.

Los hombres volvieron a mirar los papeles. Silvia trató de sonreír y se le dibujó una mueca rara en cara. Mi mamá se mostraba amable, tranquila.

El hombre de la derecha me clavó la mirada -¿Como se llama ella? -me preguntó.

-¡Silvia!

-¿Silvia qué?- Insistió áspero

-¡Silvia Bequet! -Contesté como diciendo "¡qué pregunta!"

El hombre no se movió. El tiempo pareció volverse de gelatina. Silvia estaba inmóvil. Como una estatua de piedra.

-¿Y de dónde la conocen?

-Es mi sobrina -dijo mi mamá.

En ese momento el corazón empezó a latirme de un modo horrible, sentí como si se me fuera a salir por la garganta.

Los hombres miraron los documentos una vez más antes de devolverlos. Continuaron su recorrido por los demás asientos. Sivia también volvió a abrir el libro, pero tenía los ojos fijos en un punto, me di cuenta que no leía. Yo miraba por la ventanilla.

Por fin se fueron y soltamos el aire que teníamos hecho un bollo en el pecho.

El avión empezó a carretear y alzó vuelo

-¡Gracias!- Le dijo Silvia a mi mama bajito.Mi mama hizo un gesto como diciendo "no es nada".

En el aeropuerto nos esperaba ¡mi papá! Nos abrazamos. Llevaba una camisa colorida, de mangas corta. Nos despedimos de Silvia (a ella la esperaba un muchacho barbudo) y subimos a un auto blanco. -Me lo dieron en la empresa- nos contó papá -acá lo llaman carro.

-Vamos directo a tierra caliente.

El camino estaba lleno de palmeras, flores y muchas plantas raras.

PD1: Este relato NO es un cuento sino un momento de mi vida. De hecho los nombres que publico son reales.

Soy Adriana Ballesteros. Escribo Libros para público infantil y juvenil que se publican en Argentina, Colombia, México y Perú. Para conocer mis libros haz click en el botón


Quiero leer un cuento completo de la autora