Un amor en otro idioma

Un amor en otro idioma

Este libro habla del amor.
Del amor en todos sus colores. 

También del desamor y del "mal amor" (que no es otra cosa que violencia). 

Es un texto ideal para abordar el tema de la diversidad, del derecho a ser libres, como personas y como pueblos. 

Pero sobre todo, es un libro para leer y disfrutar. 

"Un amor en otro idioma"

El príncipe Reinaldo Corazón de Dragón, hijo del rey Druc, dejó a su padre discutiendo con los consejeros y salió a la terraza. Se desabrochó el jubón y la gorguera, y los arrojó al piso. Necesitaba respirar. A menudo en la vida hay que elegir: entre dos miedos, entre dos paraísos o dos infiernos, pero un príncipe heredero no tiene ese privilegio. Para un futuro rey, no siempre hay opción. Desde esa altura podían verse los campos secos, las cosechas arruinadas, las consecuencias de la última guerra. Su padre salió a la terraza; miró a su hijo y posó la vista en el horizonte. --El consejero tiene razón. Necesitamos imperiosamente la ayuda de alguno de los reinos del norte. -Reinaldo asintió frunciendo el ceño.

--¡No pongas esa cara hijo! Me han dicho que muchas de las princesas son muy bellas. 

 El príncipe sintió como si un líquido amargo avanzara desde el pecho hasta la garganta. 

Abrió grande la boca para tragar aire. 

 El rey, por completo ajeno al estado de su hijo, extrajo varios retratos de su estuche de oro y se los extendió: 

--Estas son las princesas de los reinos del norte -sonrió-. Son muy encantadoras. 

Reinaldo pasó los retratos uno a uno y suspiró.(...)


"Esta NO novela conformada por tres cuentos unidos entre sí por un hilo conductora habla del amor, del desamor y de la libertad. 

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Corazón de Mármol

La enorme carroza de oro y marfil avanzó por la calle central llamando la atención de artesanos y mercaderes. Se detuvo frente al palacio del pequeño reino de Guadalquinés. Rodrigo Truebas y Carrillón, también llamado Corazón de Mármol, descendió del carruaje escoltado por sus poderosos guardias.

Dos pajes le dieron la bienvenida y lo condujeron hacia el salón donde transcurría el festejo. Se celebraba el cumpleaños número dieciocho de Irina, la hija menor de Raskid Rugera y Zafira Loistes, reyes del lugar.

--Hace su entrada Su majestad, el Emperador -advirtió el mayordomo.


La orquesta cesó de tocar y los invitados interrumpieron el baile. 

El aire se espesaba a medida que el poderoso monarca avanzaba hacia la familia anfitriona.

--Sea bienvenido a mi humilde morada -lo recibió Raskid haciendo una reverencia.

Rodrigo respondió con un gesto y posó sus ojos azul hielo sobre Irina.

Raskid miró con preocupación a su hija pues Corazón de Mármol no era conocido por su dulzura ni por su bondad. 

--Tenga usted el mejor de los aniversarios, bella dama. 

La princesa retribuyó el saludo con una sonrisa encanta dora y entonces Rodrigo Truebas y Carrillón miró extasiado los ojos como zafiros, la piel morena y suave, y la cabellera oscura que caía como cascada sobre los hombros de la joven. Nunca había contemplado tanta belleza y dudaba que hubiera en el mundo otra dama igual.

Él era el monarca más poderoso, poseía las joyas más fabulosas, las más preciadas piedras, sus fuentes de marfil estaban talladas por los mejores artistas y sus palacios de oro, plata y rubí despertaban la envidia y admiración de todos los nobles de la región. Solo le faltaba una esposa para asegurar su descendencia y perpetuar su linaje.


Rodrigo Corazón de Mármol no era de los que dudan y no dudó. 

Miró de frente a su par menos poderoso y le comunicó lo que ciertamente era una magnífica buena nueva.

--Hace tiempo que recorro los reinos en busca de una dama digna de convertirse en mi esposa y debo decirle que la belleza de Irina me ha deslumbrado por completo. Pido formalmente la mano de su hija.

El temblor que recorrió el cuerpo de la joven fue percibido por todos los que la rodeaban. 

Giró hacia su padre y le suplicó con la mirada que no aceptase semejante petición.

--Si de mí dependiera, no dudaría en dar mi consentimiento -comenzó a decir Raskid.

Irina no pudo reprimir un gemido.

Un amor en otro idioma

A Epifanía le fascinaban las palabras: las largas y las cortas, las melodiosas y las chirriantes, las vocálicamente dibujadas y las talladas a pura consonante.

Adoraba jugar con ellas y fabricar trabalenguas, acertijos y, un buen día, inventó su propio idioma.

Comenzó creando algunas palabras que intercalaba entre frase y frase y, durante casi toda su infancia, terminó hablando solo en su lengua. 
Cierto es que su comunicación se vio algo restringida (a tres personas para ser exactos: sus tres mejores amigas, a las que había aleccionado sobre uso y

gramática del nuevo lenguaje).

Ni el rey ni la reina, demasiado ocupados en sus muchas obligaciones (gobierno, guerras, vestidos), tuvieron el tiempo ni la paciencia de aprenderlo.

Y así pasaron los años. La princesa se había convertido en una joven bella, divertida e ingeniosa. Todos los príncipes de los reinos vecinos ansiaban su mano. Lo tenía todo... Enton ces ¿por qué esa inquietud?, ¿por qué ese mosquito zum- bándole en el pecho?, ¿por qué no era feliz? En eso pensaba cuando oyó la voz de su padre:

--Interesante la sugerencia del consejero.

El rey salió al jardín, miró a su hija, luego posó la vista en el horizonte y continuó hablando solo:

--La unión con alguno de los pequeños reinos del sur sería muy conveniente para afianzar nuestra posición en la zona. Además −se dirigió a la princesa−, hija, tú ya tienes la edad suficiente.

Epifanía sintió un escalofrío:

--Padre, edad suficiente ¿para qué?

Y entonces el rey pronunció la palabra que Epifanía nunca hubiese querido escuchar:

 --Para contraer matrimonio, ¿para qué más?

-¿Casarme?

-Por supuesto, hija, eres una princesa, eso trae privilegios, pero sobre todo obligaciones.

La chica ya no lo oyó. Sintió algo así, como una mancha gris que atenazaba y crecía en el medio del pecho. 

Desde pequeña, sabía que ese día iba a llegar, pero ¿por qué ya? No se sentía preparada para el matrimonio. ¿Lo estaría alguna vez?

--No te preocupes, hija -siguió diciendo el rey-. Ya te encontraremos un príncipe amable y buen mozo.

La princesa sonrió débilmente.

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